El acuerdo

 

Llegamos a la isla un día nublado, no como debió haber sido: soleado y claro. Cuando a Carla, Tony y a mí se nos ocurrió juntarnos y tomarnos 15 días para explorar el mundo, decidimos empezar por este lugar exótico. Trabajábamos en la misma empresa y compartíamos mucho tiempo juntos a la salida del trabajo. Para este viaje Carla invitaba a un amigo de su club y Tony a una amiga de la facultad, así que éramos un grupo de 5 personas, sin otro objetivo que disfrutar de unas buenas vacaciones.

No teníamos la menor idea de cómo sería el lugar adonde íbamos. Solo que era una isla formada por un volcán que se hundió y que quedaron sus bordes por lo que en medio de la isla había un lago enorme.

Cuando llegamos al pequeño y colorido aeropuerto lo primero que recibimos fueron unas flores atadas como un collar a modo de bienvenida. Esa sería la primera parada, el tránsito hacia nuestro destino final.

Salimos de esa isla y nos fuimos a la nuestra en un velero no muy grande. Cuando nos acercábamos a ella vi una abertura en aquel macizo de tierra que parecía flotar por el que nuestro bote-barco se introdujo desde el mar hacia el lago. Por fin llegamos después de 45 minutos de viaje. ¡Qué grande es el océano! Me vino una imagen chica de ese lugar vista desde arriba, que percibí como un oasis, pero no en el medio del desierto, sino como una diminuta partícula de tierra en medio del océano que, si me acercaba y la miraba en detalle, tenía agua por todos lados.

En el centro hay un lago muy grande y el anillo está conformado por mucha vegetación y una montaña que sobresale en el paisaje. En el borde interno se observan tramos de playa de poca arena. De lejos parecía una isla encantada, de cerca era un espacio enorme de bosques y vegetación tropical. Llegamos al hotel donde había una pequeña mesa a la entrada y unos asientos tipo puf, donde nos agasajaron con collares de flores y caracoles, y con unos tragos típicos.

Lo más lindo era el contraste del verde con las cabañas de madera. Todos los de nuestro grupo quisimos explorar primeramente las dimensiones del lugar y nos topamos con unos cuatriciclos en los que se podía ir desde el borde interno del anillo al borde externo, donde el profundo océano se topaba con una vertiente como una pared bajo el agua. Luego del paseo nos fuimos a las habitaciones. Yo estaba fascinada, ¡cuanto había esperado este día!

El día era gris y lluvioso, esa lluvia tropical que de pronto desaparece cuando uno menos se lo espera. Y ahí estábamos los 5. ¿Qué íbamos a hacer durante 15 días sin mirarnos a los ojos? Era todo un desafío, porque aquel de la mirada azul penetrante, no apartaba la vista de mí. Se llamaba Héctor y era el amigo del club de Carla y lo conocí en Ezeiza, en el momento de hacer el check in cuando Tony también nos presentó a su amiga Susi.

Antes de viajar me había prometido a mí misma darle un tiempo de descanso a mi mente que, después de la traumática ruptura con Mario, estaba enrollada en un ida y vuelta de pensamientos y dudas. Y para apoyarme, Carla había propuesto un acuerdo de no promover ningún romance en un amoroso gesto de cuidar nuestra amistad, esa fue la pauta inicial con la que los tres estuvimos de acuerdo.

Finalmente fuimos a las habitaciones y luego a la piscina. Yo llevaba un bikini rojo que me quedaba muy bien. La piscina me impresionó porque tenía uno de sus bordes de cara al mar y no se veía el límite como si el mar fuera la continuación. Había pocas personas, incluidos Carla, Tony, Héctor y Susi y yo. Me metí al agua inmediatamente.

Recuerdo que estaba yo en la pileta con los brazos extendidos mirando el océano cuando alguien de lanzo al agua salpicando todo. Era Héctor que me miraba arrugando sus ojos con picardía poniendo cara de contento. En ese momento recordé nuestro acuerdo, así que me di vuelta y seguí mirando esta vez al cielo que se había despejado después de una breve lluvia.

Salí enseguida porque el mozo había traído unos tragos coloridos en vasos enormes para nosotros. Sentados a la mesa mientras jugábamos a las cartas me le quede mirando. El tampoco apartó su vista de mí, y empezó una danza de miradas y sonrisas, de cartas que volaban y contacto de las manos. Por suerte algún que otro mozo nos interrumpía a todos con una bandeja llena de comida, era aventura, un deseo juvenil de vivir lo desconocido. Así que todo era nuevo. Por fin nos lanzamos todos al agua y allí volví a sentir la mirada azul profunda como un rayo que me seguía a todas partes. Entonces escuché su voz muy cerca. Una voz grave como si cantara en una ópera. Mirando al cielo me alejé lo más que pude, bien allá en el cielo azul despejado. Hasta que, sin darme cuenta, volví a mi cuerpo porque una mano tibia y enorme había tomado una de las mías. Héctor se me acercó y me tomó la mano como si me saludara por primera vez, presentándose. Arquitecto, separado.

Ya casi de noche nos fuimos al restaurant a cenar que abría muy temprano para nuestra costumbre. En una mesa circular nos sirvieron varios platos exóticos con mariscos de distintos tipos de sabores y formas. Yo comía de todo, con los ojos, que se me movían entre los platos y la cara de Héctor sentado al lado mío. De pronto sonó la música y los bailarines pasaban entre las mesas mostrando su baile a ritmo de caderas, llenos de flores como collares y algo curioso, los hombres llevaban flores en sus orejas. La música siguió bastante tiempo más, Héctor puso su mano cálida sobre la mía y me llevó a bailar al centro de la pista. Yo llevaba un vestido verde y blanco muy ajustado que no me permitía moverme casi. Fue muy hermoso, habíamos conectado desde el inicio. ¿Qué pasaría si el acuerdo se rompía?

El resto de los días hicimos todo lo que se podía hacer en aquella isla que se revelaba cual tesoro escondido en medio del mar infinito, nos subimos a motos acuáticas, hicimos picnic rompiendo cocos y comiendo frutas. Viajamos en lancha al otro lado de la isla para conocer el pequeño pueblo con sus pocos habitantes. El último día nos volvimos en nuestro taxi-lancha hacia el aeropuerto, nos despedimos y cada uno se fue a su destino final. Cuando por fin nos volvimos a ver en la oficina, estábamos tan felices que nos movíamos como si aún bailáramos sobre las olas. Al entrar en mi oficina me sorprendió un ramo de flores encima del escritorio y una tarjeta que decía: “¿Bailamos de nuevo? Con cariño, Héctor”. Me quedé mirando a lo lejos a través de la ventana. Comprendí que ya estaba lista y me alegré de saber que mi parte del acuerdo iba a desaparecer.