Día de campo

 

Todo comenzó en aquella campiña, llena de verde, ella recostada sobre su lado derecho, él de frente riéndose de sus ocurrencias, de sus palabras, de cómo las usaba de una manera distinta a lo que él estaba acostumbrado. 

Mientras lo miraba, recordaba cómo se conocieron en aquella casona enorme y antigua del Club, en la que cuando entrabas todo lo que había adentro delataba que era una casa moderna en su interior. Lo conoció en aquella fiesta, espejos, charlas, bandejas y ella sentada con su copa en mano. Él con su mano en el bolsillo del pantalón la observaba en el espejo disimulando hablar con sus compañeros de fútbol. Ella empezó a darse cuenta de que la miraban a través del espejo, unos ojos pícaros y sonrientes.

Todo era un recuerdo, en aquel lugar verde y sereno, reposando en un día soleado y fatigoso, después de caminar kilómetros por un camino lleno de flores. Ella le había pedido que la llevara a aquel lugar para recordar a su querida Nana, la que la ayudó a crecer y a enamorarse. Ella creía que debía hacerle un homenaje trayendo al hombre de su vida al lugar donde su Nana la cuidaba y le perdonaba todas sus travesuras. Allí Nana le contó de sus amores, la cuidó y la protegió en sus momentos más oscuros.

Como cuando perdió un gran amor que no tuvo más ganas de levantarse. Un día se levantó. Encontró su celular bajo la cama, cuando lo encendió tenía 17 llamadas perdidas de su mejor amiga. Le imploraba que fuera a la fiesta del Club esa noche. Que fuera bien paquetona, con el vestido del tajo al costado y aquellas sandalias que le quedaban tan bien. Y que no olvidara traer aquella cara hermosa, serena y pícara, porque la iba a necesitar.

Hizo lo que pudo en la ducha, se secó el pelo, se vistió tal cual se lo pidió Adela pensando que sería prudente cambiar la cara y poner esa expresión divertida que la distinguía. Lo demás lo hizo automáticamente. Sin darse cuenta, se vio sentada con las piernas cruzadas y copa en mano frente al espejo de aquel salón. Y fue entonces que notó aquella cara masculina, que la miraba de costado disimuladamente.

Y allá en tirados sobre el verde él le preguntó de qué reía, conocía muy bien aquella cara cuando sus ojos se achicaban. Ella lo besó como aquel día cuando después de levantarse del sillón frente al espejo, fue a conocerlo y se presentó simplemente besando su mejilla. Se dio vuelta mirando al cielo, dejando ver la pancita que le sobresalía incipiente de su hermosa silueta.